lunes, 28 de febrero de 2011

CUANDO NADA ES PROBABLE Y TODO ES POSIBLE

La sublevación de masas a que estamos asistiendo en directo en todo el norte de África suscita, por lo pronto, esta reflexión: en la evidente bancarrota del proceso de remundialización capitalista iniciado hace más de tres décadas, nada es probable y todo es posible. Signo del caos, del creciente desorden de un mundo viejísimo que no se cansa sin embargo todavía de proclamar su radical novedad, su juventud. Tal vez porque, en una farsa senil, se ha empeñado en repetir las catastróficas tarascadas trágicas de sus tiempos mozos de la belle époque.


Signo del caos: nadie habría anticipado hace apenas dos meses ni la dimensión ni la profundidad ni la determinación ni la velocidad de propagación del levantamiento de las poblaciones árabes; ni la impotencia de sólidos aparatos estatales, armados hasta los dientes por los mercaderes occidentales de la muerte –el Reino de España es la sexta potencia exportadora de armas convencionales del mundo—, ante ciudadanías tan resuelta como pacíficamente dispuestas a decir basta. Ni, claro es, la empecinada resistencia sanguinaria de última hora del clan cleptocrático de los Gadafi, que tan bien supo adaptarse en el siglo XXI a las bendiciones de la "globalización".

Tan bien, que hace apenas unos días –¡el pasado 9 de febrero!— se publicaba en las páginas oficiales del FMI un elogioso informe de una delegación del FMI llegada a Libia en octubre de 2010 para informar sobre la situación económica del país. Allí se declara paladinamente: "damos la bienvenida al robusto comportamiento macroeconómico y a los progresos habidos en punto a reforzar el papel del sector privado". Ni una palabra, huelga decirlo, sobre una tasa de desempleo superior al 30%. Pero se saluda entusiásticamente "el ambicioso programa de privatizar bancos y desarrollar el incipiente sector financiero".

Todo eso, publicado en pleno levantamiento de las poblaciones trabajadoras vecinas de Túnez y Egipto. Nada semejante le auguraban los informadores del FMI a Libia:
"Hasta ahora, los recientes acontecimientos en los vecinos países de Egipto y Túnez han tenido un impacto económico limitado en Libia. Para contrarrestar el efecto del alza del precio de los alimentos el Gobierno ha cancelado el 16 de enero pasado los impuestos y aranceles sobre los alimentos nacionales e importados. El Gobierno ha anunciado también la creación de un fondo multimillonario de dólares para inversiones y desarrollo local que se centrará en ofrecer viviendas para una creciente población".

Busco el puesto que en el índice de Desarrollo Humano ocupa Libia, ese país tiranizado y saqueado por una pandilla de cleptócratas postcoloniales sin escrúpulos, perfectamente integrada desde hace bastantes años en la elite política, energética y financiera "global". Pues bien, según el Índice de Desarrollo Humano, Libia es la campeona continental: ¡ocupa el primer lugar en África!



Y en diciéndomelo, me viene, por caprichosa vía mental rodeada, el recuerdo de Islandia: el pequeño país septentrional que, presentado a bombo y platillo durante años como modelo de éxito "globalizador" neoliberal, terminó hace dos años en una espantosa bancarrota propiciada por un puñado de rentistas financieros e inmobiliarios nacionales e internacionales.
Vuelvo a la pantalla de Al Jazeera. Conmueven e instruyen las imágenes que se ven ahora. La eufórica solidaridad fraternal de los revolucionarios tunecinos con las muchedumbres –egipcios, marroquíes, argelinos, libios; hombres, mujeres y niños, trabajadores migrantes los más— que cruzan la frontera con sus pobres y pesados fardos a las espaldas, huyendo de la carnicería prometida por los Gadafi (por Muhamar y por Saïf, el de la "sociedad civil y la gobernanza global"). Y hablan de lo que han visto, de la experiencia vivida. Cuentan de la maravillosa capacidad de improvisación en la autoorganización popular revolucionaria: organización del levantamiento de masas; organización espontánea e inteligente de la seguridad colectiva en un nuevo orden público; organización diligente de la distribución de alimentos, de armas para la autodefensa, de vendas, de abrigo; organización de la atención a los heridos; organización de la justicia revolucionaria: a los mercenarios subsaharianos que se rinden sin haber matado a nadie, se les perdona la vida. Y luego: la entrada en escena por lo magnífico de las mujeres, lanzadas en primera línea de la revuelta, como antes en Túnez, como antes en Egipto. Y luego: el acelerado crecimiento de la consciencia política de centenares de miles, de millones de personas: un entrevistado habla de la "necesidad de extender la Revolución a todos los países árabes, a toda África, a todo el mundo"; lo dice con candor, le sale del alma, es decir, de la exultante experiencia histórica liberadora que está viviendo, de la terrible experiencia histórica de humillación, de privación, de opresión, inveteradamente vivida.

En fin: la historia (con minúscula) en acción: la que puede leerse en las buenas historias sociales de la Revolución inglesa de 1649, de la Revolución aymara en el Virreinato del Perú de 1781, de la Revolución francesa de 1789-94, de la Comuna de París de 1871, de la Revolución mexicana de 1910, de la Revolución rusa de 1917, de la Revolución de Asturias de 1934, de la Revolución china de 1949, de la Revolución cubana de 1959, de todas las revoluciones y rebeliones populares modernas y menos modernas insurgidas contra lo que Robespierre llamó la "economía política tiránica".

Por ahora, esto es innegable: es una rebelión altamente contagiosa. Y esto: no sólo la historia "existe", sino que los pueblos del mundo siguen enterquecidamente dispuestos a reanudar su escritura día tras día: a veces, con renglones derechos, y entonces nos es retransmitida en directo, con luces más o menos glaucas y con mayor o menor sordina; otras veces, las más, con renglones torcidos, y entonces transcurre discreta, silentemente (también silenciadamente). Digan lo que digan los abusivos eufemismos obnubilantes de los peritos académicos en legitimación. Diga lo que quiera la ubicua doxocracia mediática. Digan lo que arbitrariamente les acomode los charlatanes confortablemente instalados en algún Gran Hotel Abismo europeo o norteamericano.

Y hete aquí que cuando, oportuna y finalmente, debería tal vez acordarme de Bertolt Brecht o de Miguel Hernández, va y me acuerdo de Ibsen:

Hilo en el mar es la palabra / Hondo sendero la acción labra


Extracto del artículo publicado en sinpermiso: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3978
Antoni Doménech

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